sábado, 18 de abril de 2009

La mirada de la seducción

Se podría decir que todas las personas poseen una habilidad que las hace únicas, o varias y les hace genios. La que le diferenciaba del resto de hombres y le hacía ser el ídolo de muchos de ellos era la de seducir. Igor conseguía todo cuanto quería de cualquier persona; ya fuera favores de trabajo, información o simplemente llevárselas a la cama, no tenía un no por respuesta.

De bien niño tan solo le hacía falta sonreír un poco para conseguir un regalo de los mayores o el almuerzo de los demás niños. Aprendió rápido que tenía un don que le resultaba fácil explotar, y aunque fuera un zoquete en los estudios conseguía lo que se proponía no solo de los compañeros si no también de los maestros con una cara bonita.

Más tarde y cuando las chicas empezaron a despertarle su instinto fue de largo el chico con más éxito del pueblo. Conseguía tantas novias como quería, tantos besos como deseaba. No había chica que no soñara con él. Igor era un profesional de la seducción, no había duda. Cuando empezó a salir por la ciudad tampoco cambió su suerte: acumulaba tantos romances como noches salía. No le interesaba quedarse con nadie aunque alguien le gustara mucho, siempre había la posibilidad que conociera una chica mejor al día siguiente.

Una noche Igor se fijó en una chiquilla menudita de ojos tímidos. le pareció la chica más interesante que había visto nunca. Mireia tampoco resistió a sus encantos y se rindió a sus brazos pocos minutos después de haberse presentado. Igor quedó prendado de su mirada sin mirar, y al acabar la noche se sorprendió pidiéndole quedar al día siguiente.

Pasaron los días e Igor y Mireia siguieron quedando, yendo al cine o tomando una copa. La gente que le conocía se sorprendía que repitiera con la chica tímida que no destacaba tanto como otras conquistas y a menudo le bromeaban que al final el Gran Conquistador había acabado. Igor lo negaba todo y aseguraba que al día siguiente conocería una mejor. El caso es que pasaron los días y Mireia se fue abriendo al conocer su lado más humano.

El día que Mireia alzó los ojos para mirarlo por primera vez Igor no entendía lo que estaba pasando: se veía a sí mismo, se vio como un hombre sin escrúpulos que nunca había conocido el amor hasta ese momento. Se vio a sí mismo diciéndole que ya se había acabado, que quería seguir conociendo a más gente. Se vio a sí mismo marcharse de delante suyo y se quedó atrapado dentro del cuerpo de Mireia, bajando la mirada de tristeza, de horror, de asco.

Igor dentro de Mireia no pudo nunca más contactar con el Igor que se fue, con el Igor que día a día se liaba con una chica diferente, a cual más guapa, a cuál más perecedera. Igor se quedó atrapado dentro del cuerpo de una Mireia tan tímida como corriente. Era una persona más, sin esa suerte que le facilitaba la vida.

De esta manera la nueva Mireia fue entendiendo lo que supone la satisfacción de conseguir las cosas por mérito propio, comprendió lo que significa ser una chica común. Se volvió tímido, más bien tímida porque su cuerpo se había transformado, y empezó a experimentar nuevos sentimientos, más bien los descubrió por primera vez pues antes ni los había imaginado.

Tiempo después Igor, más bien dicho Mireia, conoció a un chico en la barra de un pub. Estuvieron hablando durante horas, todo era nuevo y la noche atravesó rápida hasta caer muerta en el coche de Román que la acompañó a casa. La Mireia de mirada caída accedió a quedar para la semana siguiente, y de esta manera Román fue ganándose su cariño cita tras cita.

Semanas más tarde, y el día que Mireia alzó la vista para mirarlo a los ojos y decirle que le quería, Igor que había vivido dentro de Mireia todo este tiempo no entendía lo que veía: una Mireia sonrojada de ojos de miel. Igor se había convertido en Román y tenía en sus brazos a la chica más guapa que jamás había visto, tan tímida como especial.

Román se desprendió de su Igor interior y pudo experimentar lo que significa ganarse algo por sí mismo, no por su habilidad por seducir superficialmente.

sábado, 11 de abril de 2009

Retrasarse, durante

La vida de Tomás había dado un giro espectacular: únicamente provisto de la carta que anunciaba su idiotez bastó para que le dieran un apartamento tutelado y un nuevo trabajo falto de responsabilidades.

Lo del piso fue cuestión de suerte, todo hay que decirlo. Esa misma tarde se presentó al ambulatorio de donde salió la cartita en cuestión. Preguntó por el doctor de cabecera que le correspondía y le esperó en la salita de espera toda la tarde. Una vez hubieron pasado las cuatro horas de su turno de trabajo salió y al ver una persona que no estaba en su lista le preguntó si le estaba esperando.


-Sí, usted me ha hecho idiota de golpe.
-Tomás... Torres... o Torras?
-Tomás Torrat, espero que no se equivocara de persona...
-No, no, la verdad es que estos casos no se olvidan así como así. Pase.

Seis minutos más tarde y con dos peticiones de pruebas, tres recetas, una dieta rica en fibras y un 2x1 en una pizzería próxima salió Tomás con cara de no haber entendido nada. Dada las circunstancias era lo más normal, por lo que el Doctor Tazones le gritó desde la pica donde se estaba lavando las manos: el despacho de enfrente!

Como en el mismo pasillo habían no menos de diez puertas en cada lado, se dedicó a intentar abrirlas todas sin éxito hasta que llegó a una anunciada como Asistente Social. Hubiera sido más fácil que le dijera que era ésta en vez de la puerta de enfrente, pero claro, al ser imbécil seguro que daban por hecho que no se fijaría.


Tomás tuvo la gran suerte que Pilar la Asistente estuviera en ese momento cerrando el ordenador, dejando la bata colgada del perchero y cogiendo las maletas de cara a un fin de semana en la nieve. 20 minutos más tarde salían los dos del ambulatorio la mar de felices: una contenta de haber acabado una nueva jornada de trabajo teniendo que lidiar con todo tipo de personas desgraciadas, y el otro con las llaves de su nuevo hogar.

Días después comprendió que Aarón era un buen amigo, pues a parte de entrar cuando le daba la gana en su pisito de 28 metros cuadrados, le había proporcionado un trabajo en una fábrica de cartones doblándolos para hacer cajas y le suministraba toda clase de alimentos. Al principio pensó en echarlo de su casa, pero al ver sus buenas intenciones le dejó hacer, pues seguramente el pobre era la única manera de autorealizarse que tenía. En cambio él había encontrado la manera de ser feliz: doblando cartones y haciendo cajas perfectas.

Gran parte de las once horas diarias que pasaba haciendo cajas se evadía divagando acerca de lo que contendrían, de los mil usos que acabarían teniendo. Seguramente estas cajas acabarían ayudando a una familia a cambiarse a un piso mejor, más grande, más luminoso. O quizás alguna caja llevaría dentro un perrito para regalar a una niña desdentada. A lo mejor estas mismas cajas serían los recuerdos que uno lleva consigo toda la vida, rotuladas como las que había dejado atrás en la casa de Rosa. Como mínimo estos cartones acabarían ayudando al que se queda una noche sin techo bajo el que dormir, o dos noches, o una vida entera. No era su caso, se sentía afortunado de su pisito, con la compañía de Aarón, y además se le pasaban las horas volando en la fábrica de sueños como la llamaba él.

Qué más podía pedir?