miércoles, 23 de septiembre de 2009

Permiso de paternidad

BLOG EN PERMISO DE PATERNIDAD DURANTE LAS PRÓXIMAS SEMANAS

domingo, 16 de agosto de 2009

El pago de los secretos

Hay tan poca luz que hasta el humo de los cigarrillos ilumina el espacio entre la barra y las mesas. Tenía que ser la del final donde estuvieran esperándolo, no podía ser de otra manera. Y es que a cada paso que da más se le nota lo nervioso que está. Casi no tiene energía para llegar, y al hacerlo se acaba de convertir en una especie de proyecto de hombre fallido, todo encorvado y con un hilo de voz que denotaba una inquietud próxima al colapso.

Allí está Antonio tal y como le había dicho, sentado todo lo largo que es en el sofá roñoso de aquel bar que había acumulado miles de vidas. Parece que lo estaba mirando desde antes de entrar por la puerta, sin pestañear, con una tranquilidad impertérrita. A su lado, distraída, Elsa juega con un mechero ajena a cualquier forma de vida.


-Supongo que si has sido capaz de llegar hasta aquí es para traerme lo que es mío.
-Sí... lo tengo, pero preferiría traértelo el miércoles... jueves como más tarde.

Antonio no muestra ningún tipo de emoción, ni hastío ni sorpresa. Su cara es inexpresiva como el vaso de tubo vacío que tiene delante de sí. Sus ojos alargan el silencio hasta hacerlo insoportable. A Adan, que sigue de pie enfrente de ellos, le parece que lleva horas y ya cuando las piernas empiezan a fallar un chasquido del mechero de la chica rompe el silencio.

-Es que verás, lo tengo casi todo, pero pensé que... mejor traerlo todo junto antes que hoy una parte y más adelante el resto.
-Ya. Entiendo.

A cada palabra Antonio hace una pausa interminable que a Adan le hace parar la respiración.

-Pero no es lo que acordamos, ¿verdad?
-Bueno... son pequeños detalles, si al final puedo cumplir no veo que haya ningún problema...
-Hoy era tu último día. Ese es el detalle con el que debías quedarte.
-Tienes razón... pero pensé que hablando podíamos solucionarlo.
-Ya se habló en su momento. Necesitabas dinero. Yo te lo presté. Hoy era y es el último día que te di para devolvérmelo. ¿Tú qué dices Elsa? ¿Hay que hablarlo más?

Por primera vez Elsa parece darse cuenta que no está sola, y de golpe deja de jugar con el encendedor para mirar delante suyo. Enfrente un Adan cada vez más pálido ya no sabe cómo aguantar de pie. No sabe cómo mirarla, no se atreve. En cambio Elsa no duda un instante en clavarle los ojos y arrastrar otro silencio inacabable.


Semanas atrás queda una Elsa dulce que no tenía suficiente con los besos y caricias de Adan. Solían quedar de escondidas en un motel en un barrio lo suficiente lejos del conocimiento de Antonio, y se pasaban las horas en la cama. Siempre era él quien tenía que irse y ella quien le rogaba más, quien nunca tenía fin. Un día Elsa le amenazó con llamar a su mujer y contárselo todo. Además estaba el agravante de si se enteraba su novio quien no se particularizaba precisamente por sus buenos actos. Adan no quiso saber nada más de ella y Elsa lejos de cumplir su amenaza le pidió diez de los grandes si no quería que abriese la boca. Fue entonces cuando Adan no tuvo más remedio que pedir dinero prestado a Antonio.

-Toni, yo creo que el tiempo hace madurar las ideas, e igual este señor consigue poner toda esta mierda en su sitio donde estaba antes.
-Eres una sentimental. Odio que me engañen, y este tío me ha engañado. Me dijo que antes de hoy me devolvería la pasta que le dejé y no ha cumplido. ¿Qué te hace pensar que lo hará en dos días?
-¿No lo ves? míralo, es patético, está cagado. Sabe con quién se las está jugando. Hará todo lo posible por cumplir, si no ya sabe lo que le tocará, ¿verdad?

Adan consigue aguantar la mirada de Elsa, punzante, nunca pudo llegar a imaginar que fuera alguien tan despiadada. Es la primera vez que no puede dejarle con la palabra en la boca y marcharse. Siempre pudo hacer con ella lo que quiso, y ahora le tenía contra la pared, desnudo, temblando como un condenado a la orca.


-Te juro que te los traeré, en dos días tienes todo el dinero, te lo prometo.
-Está bien, está bien... tienes suerte de que esté mi chica aquí. Está buena, ¿eh? Claro que sí, por eso te la estabas tirando, ¿no?

El tiempo se para en la última mesa del bar. Antonio aun no se ha movido un ápice en todo el momento; Elsa se quedó congelada mirando a un Adan tan blanco como un paquete de folios recién abierto. Incluso la sangre que corre por sus venas se ha petrificado.

-Pasado mañana me traes el dinero si no quieres una bala entre esos ojos de gilipollas que tienes. Y no seas imbécil, no hagas tratos con el novio de la tía que te tiras. Sal de mi vista!

Adan se escapa de una muerte más que segura. Sabe que al girarse Antonio no tardará mucho en pegarle un tiro. Comienza a caminar y a cada paso que da el cuerpo se acuerda de lo que es moverse, a cada paso más rápido. Para sorpresa de sí mismo alcanza la puerta, y con ésta la luz del día. Cegado por tanta claridad vuelve a nacer, vuelve a saborear cada gota de aire, una nueva vida germina delante suyo. Solo piensa en una cosa, conseguir un dinero que no tiene como sea, y si ha de matar por ello, matar.

Matar, o morir.

domingo, 19 de julio de 2009

El intercambio de la barra

Se sienta en uno de los taburetes vacíos que aun quedan; se sienta como si fuera parte de un trabajo monótono y repetitivo. El tiempo se para durante diez minutos, se queda inmóvil, pensativo aparentemente. A unos metros ella espera el momento de romper su rutina con un nuevo cliente perdido en la noche.

-Me podría poner un whiskey?
-Por supuesto, pero me puedes tutear.

-Como quiera, pero me puede poner uno por favor?
-Solo?
-Sí, bueno, hay mucha gente por aquí pero en realidad no conozco a nadie.
-Me refería a si el whiskey lo quería solo.
-Con hielo por favor.
-Como quiera.
-Me puedes tutear.
-Eso dije yo también.
-Sola?
-No, bueno, hay mucha gente por aquí trabajando pero en realidad no conozco a nadie.

-Pues entonces estamos más o menos en las mismas circunstancias.
-Usted también cobra por estar en esta barra?
-No, más bien pago. Aunque aun no lo sé.
-La verdad es que yo tampoco lo sé.
-El qué? si está sola o si pagará?
-Si cobraré.
-Pues estamos en las mismas circunstancias.
-Cada uno a un lado de la barra, solos entre la gente, sin saber qué le depara la suerte?
-Eso mismo.
-Entonces si nos intercambiamos no pasaría nada.
-Supongo que no.
-Pues probemos.
-De acuerdo, seguro que de esta manera llegaría antes mi whiskey.
-No creo, no nos dejan beber.
-Pues entonces nos quedamos como estamos. Póngamelo por favor.
-No.
-No sin intercambiarnos?
-No si no nos tuteamos.

-Con hielo.
-Ya cerramos.

viernes, 19 de junio de 2009

Desconectarse

Dos veces al año Ray necesita salir de su vida y permanecer perdido durante horas. Ni su mujer ni nadie que lo conozca bien le pregunta luego dónde ha estado o por qué no ha respondido a sus llamadas. Ni siquiera ya lo intentan; saben que Ray se pierde sin llevarse consigo ni un problema ni un sueño. Nada, se va vacío.

Ray coge el coche y empieza a conducir en cualquier dirección. Incluso a veces lo ha dejado en una estación de alguna ciudad vecina y ha preferido un tren o autobús. Cualquier sitio es bueno para dejar atrás todo el peso de una vida. Cuando circula ya sea de día o de noche no piensa en nada, salvo en alejarse lo más que pueda de su familia, de su trabajo, de su entorno.

Entonces llega un momento que encuentra un lugar donde sentarse, donde esperar. Ray espera durante horas, igual llega al día siguiente mirando al frente. Cualquiera que lo vea creerá que está pensando, que está ideando cómo acabar con su mujer, o iniciar un negocio, o reencontrarse con su primer amor. Pero no, Ray permanece completamente hueco esperando a volver a su vida. En cualquier momento se levanta y deshace el camino hecho hasta ahí para volver a su casa, a su trabajo, a su rutina.

Vuelve y todo siempre sigue igual donde lo dejó. Ahora ni su mujer le pregunta dónde ha estado, ni en el trabajo le recriminan que ha faltado un día, dos... ni nadie le echa en cara que le ha estado llamando y no ha contestado. Todo su mundo sabe que Ray necesita desconectarse para seguir viviendo otra temporada más.

sábado, 30 de mayo de 2009

El deseo de ser normal

Muy buenas tardes por la mañana.

Me dirijo a ustedes porque no sé a quién he de acudir, y como en una primera instancia veo que se atendieron a mis peticiones vuelvo a molestarles para que deshagan mis deseos. No todos, solo el último, que me salió rana (aunque a ver quien es el listo que sabe lo que quiere).

Hace algún tiempo, quizás dos, les pedí por favor que no me dejaran enfermar nunca más. Verán, mi misiva fue escrita tras una indisposición y a bote pronto, nada más lejos de la objetividad. La verdad es que soy muy mal enfermo y pude llegar al punto de exagerar un poquito. Acostumbrado a que nadie me haga caso (de hecho no tengo ni DNI, ni me hacen encuestas telefónicas, ni los coches se paran al cruzar los pasos de peatón) no esperaba tal resultado, pero mirando hacia atrás parece ser que no he vuelto a coger un simple resfriado, ni venéreas, ni almorranas, ni siquiera me he tropezado más, y hasta he recuperado vista y altura. Como empiezo a estar muy cansado de estar siempre verde y fresco cual pepino me dirigía a ustedes para que me volvieran al estado anterior, a saber el de ser vulnerable pues es muy duro ver que los demás se cogen días por baja y llegan a viejos y yo no.

Sé que su empresa se dedica a fabricar palos de bandera (mástiles o soportes como ustedes prefieren decir) que nada tiene que ver con dar o quitar un deseo a un infeliz, incluso a alguien que ni existe para los demás. Pero ya les digo que si pueden hacer algo por revertir la situación les estaré muy agradecidos. De hecho había pensado en hacer una aportación a la fundación que tengan adoptada o enviarles un salchichón de mi pueblo, que está muy bueno según dicen.

En cualquier caso si no pueden hacer nada, o la persona encargada de otorgar/derogar deseos está de baja u ocupada, agradecería que me lo comentaran para ver si puedo hacer algo por otra parte, que seguro que empresas las hay a miles, y más en otros países.

Ah, y si encuentran mi primera carta, destrúyanla que a lo mejor consigo ponerme enfermo así. Cuenten con el salchichón en ese caso.

Buenas noches por la tarde.
Agradecido, otra vez yo.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Has aparecido

-Nunca llegué a pensar que podría conocerte, en serio; por eso igual estoy un poco nervioso.
-Tranquilo, es normal, después de tanto tiempo evitándome ahora ya no sabes cómo mirarme.
-No es que te evitara, es que creía que nunca nos conoceríamos, que nuestras vidas jamás se cruzarían. No me lo había planteado...
-...hasta ahora? qué te ha hecho cambiar de opinión?
-No es que haya cambiado de opinión. Ya te digo que nunca entrastes en mis planes, pero poco a poco mi vida se ha ido llenando de circunstancias que me han acercado a ti.
-Bueno, supongo que he de felicitarte. Muchos quieren acercarse y pocos llegan.
-Pero no te he buscado, he llegado hasta aquí sin proponérmelo.
-Es el camino.
-Y ahora que te conozco, qué de hacer?
-Conservarme.
-Te refieres a que he de conservarte como se conserva a unos viejos pantalones?
-Hombre, yo no lo diría así; más bien conservarme como quien conserva una buena salud.
-Una vez recobras la salud es cuando más la valoras, verdad?
-Eso sería saber valorar algo que ya tienes; me refiero a saber mantener algo que has descubierto porque ya no puedes vivir sin él.
-Crees que ya no podría vivir sin ti?
-Creo que vivir infeliz después de haber conocido la felicidad ya no es vivir.
-He vivido toda mi vida sin saber de ti.
-Cierto, pero me has conocido.
-Por eso estoy tan nervioso, porque igual tienes razón.
-Es normal.
-Espero poder seguir viéndote.
-Mientras tanto, lo sabrás.

Hablando con la felicidad.

lunes, 4 de mayo de 2009

La noche antes de mi funeral

Sé perfectamente que era un martes el día que recibí la invitación para mi funeral; lo sé porque en todas estas semanas no he vuelto a pasar por ningún martes, nos evitamos sin mirarnos a la cara, como si nuestras vidas no hubieran de cruzarse cada siete días.

Puede parecer raro, y lo es. No había conocido nadie que le hubiesen programado un funeral con dos meses de antelación. Lo normal ¿qué sería? ¿unos días? a lo sumo un par de semanas. Y mucho menos nadie que conozco conocía alguien que le hubiesen finiquitado teniendo una salud tan buena como la mía.

Ninguna enfermedad, ninguna actividad de riesgo. Por no tener, no tenía ni carnet de conducir, ni vivía en una ciudad, ni me gustaban las emociones fuertes, ni tomaba drogas, ni era seguidor de un equipo perdedor, ni tenía novia 20 años menor que yo. Nada, no tenía ninguna justificación para morir.

A esta conclusión no llegué yo solo, me ayudaron un par de amigos y un padre; fue éste el que más insistió para que me moviera a fin de saber por qué me iban a incinerar. La verdad es que siempre había sido mi última voluntad, pero por no oírlo empecé a llamar de un lado a otro. Suerte de la tarifa plana que me había puesto el mes anterior, pues me pude pasar perfectamente 6 días seguidos hablando con teleoperadoras, máquinas contestadoras, familiares lejanos, desconocidos a quienes llamaba por equivocación pero acababa contando mi particular historia, guionistas de televisión y un párroco borracho.

Tras poner una denuncia en la Ocu por no poder contactar con el director regional de la empresa subcontratada que me iba a quemar (se supone que muerto, lo cual era un alivio admití) me acabaron explicando los detalles de la ceremonia, así como los gastos que me iba a ocasionar. A la semana justa de haberme enterado por primera vez se podía decir que lo sabía todo acerca de la fiesta. Y cuando digo fiesta digo fiesta, pues hasta habían contratado una orquesta y un cómico monologuista. Sinceramente se había organizado con buen gusto y la gente, mis dos amigos y padre (el mío, no el cura ebrio que no lo invité finalmente) iban a pasar una velada excelente. El servicio de cátering y la barra libre de dos horas aseguraban el éxito absoluto.

Aun sigo sin entender por qué padre me dio la lata con que volviera a contactar con la empresa y por qué seguía tan enfadado. No conseguía ver todas las exquisiteces de un día tan memorable como el que se había planificado. Quería que investigara quién lo había contratado y sobre todo cómo podía ser que me fueran a incinerar si estaba vivo.

La verdad es que mi salud había decaído tras darme la incapacidad laboral completa por tener un gran riesgo de muerte. Mi jefe no quería que le cayera el muerto encima (literalmente, pues trabajaba en un andamio limpiando cristales) y sobornó a la Seguridad Social para tener los papeles en dos días, tres teniendo en cuenta que había sido festivo el miércoles. Fue conseguir ser un inválido a mis 36 y venirme todos los achaques propios de los jubilados: dolor articular, tozudez matutina, cansancio fácil, fanatismo religioso y pesadez de estómago. Empezaba a entender por qué era a dos meses vista.

¡Quedaba a penas un mes y no tenía ni vestido! Teniendo en cuenta que mis semanas carecían de martes y me pasaba media vida llamando por teléfono para poner al día a los desconocidos a quienes me había equivocado llamando al principio, a mis dos amigos y padre, disponía de muy poco tiempo para adecentarme. Debería tomar uva, adelgazar esos 15 kilitos que me sobraban y echarme novia, que un muerto demasiado blanco, gordo y soltero iba a desentonar con la celebración de alto nivel que iba a tener.

No cabe duda que no pude echarme novia. ¿Qué chica con dos dedos de cabeza y talla 42 como máximo (uno que tiene manías) querría salir con un moribundo que no disponía de piso, coche o plan de pensiones? Ninguna. Tampoco pude perder peso pues los dolores que tenía no me dejaban hacer deporte y acababa atiborrándome de pastillas, que para digerirlas necesitaba acompañarlas de calamares a la romana. No me preguntes cómo llegué a descubrirlo, pero el hecho es que era lo único que me iba bien. No cabe decir que acabé engordando un par de tallas más; de hecho tanto engordé que no cabía en las cabinas de rayos uva, por lo que acabé más blanco que un fantasma finlandés.

Una semana antes de mi velatorio se presentó en plena calle una mujer que dijo ser la directora nacional de la empresa que teníamos para las exequias. Venía acompañada de la joven más horrible que había visto en mi vida. De hecho mis vecinos habían llamado a la policía de lo desagradable que era. La mujer me explicó que ella misma había preparado el mejor funeral que su empresa podía dar, que todos los gastos corrían a su cuenta. Al seguir con media cara de no entender nada y media de asco por presenciar tanta fealdad próxima, la mujer suspiró y me lanzó una revelación en plena napia: era madre y ella (o eso) era mi hermanastra.

Al cambiar mi media cara de asombro por tres cuartos de aturdimiento, madre me explicó que al poco tiempo de nacer (se sobreentendía que yo) lo dejó todo y empezó una nueva vida a tres manzanas de aquí. Se hizo rica con una empresa dedicada a la muerte asesinando personas pobres primero, ricas después, y ahora mismo incinerando legalmente.
La vida le había deparado un segundo matrimonio fruto del cual había tenido una hija, oficialmente la mujer más fea del continente, pero que antes de morir quería ayudar a ser lo más feliz posible dentro de sus posibilidades. Parte de su felicidad consistía en casarse y a poder ser conocer el amor, aunque no era necesario. Era en esta parte cuando entraba yo. Como tenía nociones básicas de mi forma de ser y mis gustos, sabía que no accedería a casarme con ella a menos que estuviera solo, gordo, blanco nuclear y a punto de morir, por lo que había montado todo el percal con este objetivo.

Lógicamente me conmovió enormemente todo lo que madre había hecho por su hija, por nosotros, por nuestro amor. Bueno, tampoco nos pasemos, que era más bien cariño.

En el juzgado no pusieron ninguna pega a que nos casáramos por cariño cuanto antes, pues cuando éste se acaba no hay nada que hacer, y menos con dos adefesios, hermanastros y sentenciado a muerte al menos uno.

Han pasado dos meses y en este tiempo he vivido muchos cambios. Saber que vas a morir te hace valorar la vida de otra manera, especialmente cuando uno de tus progenitores no duda en matarte para sacarse de encima a su hija fea. Lo he asumido todo, lo comprendo y respeto, pero lo que no logro entender es cómo voy a morir esta noche si mañana es mi funeral. Justo hoy, la noche de bodas, la noche de... ¿pasión?

sábado, 18 de abril de 2009

La mirada de la seducción

Se podría decir que todas las personas poseen una habilidad que las hace únicas, o varias y les hace genios. La que le diferenciaba del resto de hombres y le hacía ser el ídolo de muchos de ellos era la de seducir. Igor conseguía todo cuanto quería de cualquier persona; ya fuera favores de trabajo, información o simplemente llevárselas a la cama, no tenía un no por respuesta.

De bien niño tan solo le hacía falta sonreír un poco para conseguir un regalo de los mayores o el almuerzo de los demás niños. Aprendió rápido que tenía un don que le resultaba fácil explotar, y aunque fuera un zoquete en los estudios conseguía lo que se proponía no solo de los compañeros si no también de los maestros con una cara bonita.

Más tarde y cuando las chicas empezaron a despertarle su instinto fue de largo el chico con más éxito del pueblo. Conseguía tantas novias como quería, tantos besos como deseaba. No había chica que no soñara con él. Igor era un profesional de la seducción, no había duda. Cuando empezó a salir por la ciudad tampoco cambió su suerte: acumulaba tantos romances como noches salía. No le interesaba quedarse con nadie aunque alguien le gustara mucho, siempre había la posibilidad que conociera una chica mejor al día siguiente.

Una noche Igor se fijó en una chiquilla menudita de ojos tímidos. le pareció la chica más interesante que había visto nunca. Mireia tampoco resistió a sus encantos y se rindió a sus brazos pocos minutos después de haberse presentado. Igor quedó prendado de su mirada sin mirar, y al acabar la noche se sorprendió pidiéndole quedar al día siguiente.

Pasaron los días e Igor y Mireia siguieron quedando, yendo al cine o tomando una copa. La gente que le conocía se sorprendía que repitiera con la chica tímida que no destacaba tanto como otras conquistas y a menudo le bromeaban que al final el Gran Conquistador había acabado. Igor lo negaba todo y aseguraba que al día siguiente conocería una mejor. El caso es que pasaron los días y Mireia se fue abriendo al conocer su lado más humano.

El día que Mireia alzó los ojos para mirarlo por primera vez Igor no entendía lo que estaba pasando: se veía a sí mismo, se vio como un hombre sin escrúpulos que nunca había conocido el amor hasta ese momento. Se vio a sí mismo diciéndole que ya se había acabado, que quería seguir conociendo a más gente. Se vio a sí mismo marcharse de delante suyo y se quedó atrapado dentro del cuerpo de Mireia, bajando la mirada de tristeza, de horror, de asco.

Igor dentro de Mireia no pudo nunca más contactar con el Igor que se fue, con el Igor que día a día se liaba con una chica diferente, a cual más guapa, a cuál más perecedera. Igor se quedó atrapado dentro del cuerpo de una Mireia tan tímida como corriente. Era una persona más, sin esa suerte que le facilitaba la vida.

De esta manera la nueva Mireia fue entendiendo lo que supone la satisfacción de conseguir las cosas por mérito propio, comprendió lo que significa ser una chica común. Se volvió tímido, más bien tímida porque su cuerpo se había transformado, y empezó a experimentar nuevos sentimientos, más bien los descubrió por primera vez pues antes ni los había imaginado.

Tiempo después Igor, más bien dicho Mireia, conoció a un chico en la barra de un pub. Estuvieron hablando durante horas, todo era nuevo y la noche atravesó rápida hasta caer muerta en el coche de Román que la acompañó a casa. La Mireia de mirada caída accedió a quedar para la semana siguiente, y de esta manera Román fue ganándose su cariño cita tras cita.

Semanas más tarde, y el día que Mireia alzó la vista para mirarlo a los ojos y decirle que le quería, Igor que había vivido dentro de Mireia todo este tiempo no entendía lo que veía: una Mireia sonrojada de ojos de miel. Igor se había convertido en Román y tenía en sus brazos a la chica más guapa que jamás había visto, tan tímida como especial.

Román se desprendió de su Igor interior y pudo experimentar lo que significa ganarse algo por sí mismo, no por su habilidad por seducir superficialmente.

sábado, 11 de abril de 2009

Retrasarse, durante

La vida de Tomás había dado un giro espectacular: únicamente provisto de la carta que anunciaba su idiotez bastó para que le dieran un apartamento tutelado y un nuevo trabajo falto de responsabilidades.

Lo del piso fue cuestión de suerte, todo hay que decirlo. Esa misma tarde se presentó al ambulatorio de donde salió la cartita en cuestión. Preguntó por el doctor de cabecera que le correspondía y le esperó en la salita de espera toda la tarde. Una vez hubieron pasado las cuatro horas de su turno de trabajo salió y al ver una persona que no estaba en su lista le preguntó si le estaba esperando.


-Sí, usted me ha hecho idiota de golpe.
-Tomás... Torres... o Torras?
-Tomás Torrat, espero que no se equivocara de persona...
-No, no, la verdad es que estos casos no se olvidan así como así. Pase.

Seis minutos más tarde y con dos peticiones de pruebas, tres recetas, una dieta rica en fibras y un 2x1 en una pizzería próxima salió Tomás con cara de no haber entendido nada. Dada las circunstancias era lo más normal, por lo que el Doctor Tazones le gritó desde la pica donde se estaba lavando las manos: el despacho de enfrente!

Como en el mismo pasillo habían no menos de diez puertas en cada lado, se dedicó a intentar abrirlas todas sin éxito hasta que llegó a una anunciada como Asistente Social. Hubiera sido más fácil que le dijera que era ésta en vez de la puerta de enfrente, pero claro, al ser imbécil seguro que daban por hecho que no se fijaría.


Tomás tuvo la gran suerte que Pilar la Asistente estuviera en ese momento cerrando el ordenador, dejando la bata colgada del perchero y cogiendo las maletas de cara a un fin de semana en la nieve. 20 minutos más tarde salían los dos del ambulatorio la mar de felices: una contenta de haber acabado una nueva jornada de trabajo teniendo que lidiar con todo tipo de personas desgraciadas, y el otro con las llaves de su nuevo hogar.

Días después comprendió que Aarón era un buen amigo, pues a parte de entrar cuando le daba la gana en su pisito de 28 metros cuadrados, le había proporcionado un trabajo en una fábrica de cartones doblándolos para hacer cajas y le suministraba toda clase de alimentos. Al principio pensó en echarlo de su casa, pero al ver sus buenas intenciones le dejó hacer, pues seguramente el pobre era la única manera de autorealizarse que tenía. En cambio él había encontrado la manera de ser feliz: doblando cartones y haciendo cajas perfectas.

Gran parte de las once horas diarias que pasaba haciendo cajas se evadía divagando acerca de lo que contendrían, de los mil usos que acabarían teniendo. Seguramente estas cajas acabarían ayudando a una familia a cambiarse a un piso mejor, más grande, más luminoso. O quizás alguna caja llevaría dentro un perrito para regalar a una niña desdentada. A lo mejor estas mismas cajas serían los recuerdos que uno lleva consigo toda la vida, rotuladas como las que había dejado atrás en la casa de Rosa. Como mínimo estos cartones acabarían ayudando al que se queda una noche sin techo bajo el que dormir, o dos noches, o una vida entera. No era su caso, se sentía afortunado de su pisito, con la compañía de Aarón, y además se le pasaban las horas volando en la fábrica de sueños como la llamaba él.

Qué más podía pedir?

sábado, 21 de marzo de 2009

La mirada del tren

Ni siquiera él sabe cuánto lleva ahí, sentado en un vagón cualquiera de un tren anónimo de un día entre semana. Los ojos fijos en la mujer que tiene delante no están mirando su cara, ni sus curvas, ni el periódico de esta mañana. No, ya no mira a ninguna parte; sus ojos se han convertido en ojos asépticos de plástico.


A lo mejor lleva horas en esa posición, pero nadie se ha dado cuenta: seguramente ni él sabe dónde está ya, sin destino ni recuerdos. Ya ni se acuerda de la llamada al móvil que lo ha dejado sentado ahí. Mejor no acordarse que hasta ese momento era un hombre común sin problemas importantes, con sus pequeños sueños de hombre corriente. ¿Y ahora qué? El tiempo se ha quedado parado en ese tren en marcha. Quizás lo mejor sea ver a dónde le lleva, quién lo recoge.

La mujer se apea y en su lugar dos chicas se sientan delante. Ya pueden estar riéndose de él que Isaac sigue congelado, mirando sin ver. En otra ocasión hubiera aprovechado para distraerse con sus tonterías colegialas, pero ya no es el mismo. Mientras tanto el tren sigue avanzando dejando atrás pueblos, campos, polígonos industriales, más pueblos, más mujeres, chicas, abuelos, más pueblos...

El tren de Isaac se paró al descolgar el teléfono. Un simple lo siento mucho, se ha confirmado lo que intuíamos lo dejó sentado en su quietud. Nueve palabras sirvieron para cambiarle la mirada, la vida entera. No esperó a oir más, el teléfono en la mano se quedó como testigo sordo del crímen.


Finalmente el tren llega al final de recorrido, hace una pausa de media hora y reinicia travesía en sentido contrario. Entra una mujer con su hija que se sientan delante, luego otra mujer, otro hombre... Isaac sigue mirando adelante, atrás de antes con sus ojos de muñeco atrapado en un cuerpo cansado; y el tren sigue recorriendo pueblos, campos, vidas y vidas. El tren avanza, el tren no para.

domingo, 15 de marzo de 2009

El plante del azar

No temas, no te escribo por haberme dado plantón, ni siquiera por no avisarme. Te escribo para darte un sitio en mi memoria, porque de lo contrario podrías eternizar mi espera. No sé si llegaste más tarde, si perdiste mi teléfono, mi dirección... tu cabeza. El hecho es que no viniste y lo que es peor peor que la espera es robarme la ilusión por vernos.

Sí, seguramente habrá otros, renacerá en mí una nueva ilusión. Por lo que no temas, el daño que hayas podido hacer no será irreparable ni substituible a menos que no te lo diga: me has fallado. Y si te digo que me has fallado también me incluyo a mí mismo: te he fallado. Lo que sea, ya no tiene sentido buscar una razón, dos culpables.

No temas, lo peor ya pasó. No nos pudimos conocer. Quizás el azar quiso equivocarnos de hora o lugar. A lo mejor estábamos a 50 metros y no pudimos vernos. A lo peor a tres palmos, la suerte... La mala suerte!

Nos hemos fallado, sí, pero estoy seguro que si entre nosotros falló el azar la próxima vez no nos puteará tanto.
¿Quedamos?

martes, 10 de marzo de 2009

Retrasarse, después

Tomás despertó dos días más tarde de lo que en principio tenía previsto. La fiesta de cumpleaños dio paso a una especie de velatorio donde todos se olvidaron de su presencia para centrarse en la de su mujer. Cada uno de los presentes fue desfilando de uno en uno para darle una especie de pésame primero a ella, y luego a sus hijos.

Una vez todos se hubieron ido Tomás se fue arrastrando hasta su habitación y se metió en la cama. Estaba tranquilo, libre de cargos, pero le invadía una sensación de primerizo, de miedo ante lo desconocido. A partir de ese mismo día empezaría una vida diferente, llena de circunstancias especiales, de matices extraños, una vida donde tendría que aprender todo desde cero. Pero además con el agravante de ser una persona mentalmente deficiente como bien indicaba la carta; le costaría sobremanera prepararse para esta nueva etapa.

Con este temor se quedó dormido profundamente durante 40 horas. 41 se hacemos caso al cambio horario estacional, que agravó la sensación de desorientación mental con que se despertó. Ya no sabía si era la sobredosis de modorra, la estupidez en sí o el cambio de hora, pero un nuevo Tomás vino al mundo, a un nuevo mundo confuso.

Su habitación se había transformado en una especie de cuarto de los trastos, donde se amontonaba a partes iguales ropa y cajas. Cada caja tenía una especie de epitafio con cada una de sus anteriores etapas de vida falsificada: así podía leer (con esfuerzo sobrehumano aun el gran tamaño de las letras mayúsculas) Recuerdos de Matrimonio, Papeles del Trabajo Tomás, Ropa Elegante Tomás, Documentaciones Varias, hobbies Tomás... Asimismo la ropa apilada no le era familiar; de hecho era ropa nueva a juzgar por sus etiquetas sin quitar. Casi toda eran chandals, ropa de sport, ropa cómoda en resumidas cuentas. Seguramente alguien le había querido quitar preocupaciones de encima con la elección diaria de camisa, corbata y traje que tanto le disgustaba antes. No se habían preocupado por ponerla en su sitio, aunque bien mirado no quedaban los muebles que antes dormían en la misma habitación.

Tomás se enfundó de poliéster deportivo para salir de su nuevo universo y entrar en su antigua casa, recibido por el salón de estar acomodando a su mujer.
-Qué? Ya se ha levantado el señor?
-Sí... en qué día estamos?
-Para qué lo necesitas saber? ni tan solo imaginas qué hora es, verdad?
-Pues no... qué hora...?
-La hora en que te vuelves a tu habitación y no me molestas más, entendido?

Tomás no se atreve a pasar el umbral de la puerta y retrocede, medio confuso medio atemorizado. No es que Rosa le hubiera tratado mal; de hecho desde hacía muchos años se dirigía a Tomás con una mordacidad hiriente, pero ahora se sentía empequeñecer al no poseer ninguna habilidad mental para contraatacar.

Tomás vuelve a su cama, se sienta, se estira hacia atrás con las piernas colgando y comienza a pensar en qué va a ser de él a partir de ahora. Como quiera que sus capacidades mentales han disminuido se queda traspuesto en esta postura durante horas sin llegar a ninguna conclusión. Entonces Rosa entra en la habitación, y desde el umbral como si éste fuera la frontera entre sus mundos le espeta:
-Una cosa es que seas imbécil, otra que me descubriera hace años; pero lo que realmente me jode es que todo el mundo se enterara. Qué voy a hacer ahora, estúpido!
-No lo sé, no sé nada.
-Claro, eres un retrasado mental, qué vas a saber!
-Solo sé que llevo toda la vida contigo, y que soy retrasado. No sé si ambas cosas guardan relación...
-Imbécil, estúpido!

Tomás se queda nuevamente solo entre sus paredes de los trastos. Quizás no sea tan retrasado como dicen, o a lo mejor ha empezado a ver la forma de salir de su imbecilidad: huir de su vida, escaparse de sus particularidades. Es entonces cuando reune todas sus energías para levantarse de la cama, avanzar hasta abrir la puerta y gritar con todas sus fuerzas:
-Me marcho!

martes, 24 de febrero de 2009

Has llamado

Me has llamado?
Sí, no me preguntes por qué, pero he llamado.

Y qué quieres?
Nada, no sé por qué te he llamado.
Entonces algo querrás.
O algo querrás tú, y por eso te he llamado.
No, si llamas a alguien normalmente lo haces por alguna razón.
Sí, seguro, pero no la sé.
Pues yo menos.
Querías decirme algo?
El que ha llamado eres tú.
Eso querías decirme? Eso ya lo sé.
No, simplemente constataba que me has llamado.
Te lo repito, eso ya lo sé. Quieres algo más?
Voy a cortar.
Pero si acabo de llamarte!
Eso ya lo sé. Pero no me dices por qué.
Ya te lo he dicho, no sé si tienes algo que decirme.
No, si no te hubiera llamado, no crees?
Igual no sabías cómo.
Ni sabía cómo ni sabía el qué.
Entonces no sé por qué te he llamado.
Eso mismo creo yo.
Voy a colgar.
Eso también lo he dicho yo.
Haber empezado por aquí.
Haber terminado por aquí.

lunes, 9 de febrero de 2009

La guerra de Clara

Los pocos momentos de silencio sabes que falta algo, parece que el tiempo se haya parado. Nunca te da por pensar que al fin se ha acabado porque ya no concibes la vida sin el sonar de las bombas, los tiros y los gritos. Quizás el único fin que imaginas es el del día que una bomba destruya tu casa, y con ella tú y toda tu familia.
Dice mi hermano que antes de la guerra vivíamos muy bien, no nos faltaba nada; pero la verdad es que a penas me acuerdo ya. En mi cabeza ya solo quedan recuerdos con hambre, con miedo, con estruendos a pocos metros, con mucho polvo después. Constantemente pienso en mi padre que se fue hace ya tres años, en mi madre llorando cuando el cartero le vuelve a decir que no hay cartas para ella. A lo mejor ya se cansó de escribirle lo duro que es vivir tan lejos de nosotros, de llorar cada noche; igual ya no quiere hacernos sufrir y por eso decidió dejar de contárnoslo.
También dice mi hermano que pronto todo se acabará, y que después todo será peor porque la guerra está perdida. Yo no imagino cómo. Y tampoco entiendo por qué terminar con este calvario es perder.

Además de mi padre no paro de pensar en Clara. Iba conmigo a la escuela, éramos inseparables. Nos pasábamos horas corriendo de un lado a otro, yendo a por renacuajos, riéndonos de los otros niños o simplemente sentándonos en nuestro árbol intentando buscar explicación a todo lo que no entendíamos, que era mucho. Los últimos meses habían sido diferentes, la veía extraña. Y no solo porque hubiera dejado atrás ese cuerpo de niña, sino más bien porque me miraba diferente, y se ponía a llorar sin motivo alguno.

Quizás sí que tuviera motivo, quizás era porque lo sabía pero nunca me dijo que se tenía que ir. Ya hace dos meses que no paro de imaginármela lejos, fuera de peligro con sus padres. Para cuando todo acabe espero que vuelva, porque si no lo hace entonces sí que todo será peor.

Desde mi ventana puedo ver lo que queda de escuela: donde antes había la entrada principal ahora solo queda media pared que deja al descubierto todas sus vísceras amontonadas detrás, piedras y muebles mezclados en uno en un gris frío. Debajo de los escombros se ha quedado la última tarde con Clara, rota con una sirena que sigo teniendo metida en mis oídos. Luego todo fueron prisas, todos corrían. En cambio yo me quedé paralizado en medio del pasillo, como si supiera que era lo último que vería de ella.

Sesenta años después sigo estando igual de quieto que entonces. Al final del pasillo se abre la luz de la puerta; alguien me chilla que no me quede ahí, que me vaya corriendo al antiaéreo. Pero yo solo oigo los pasos rápidos y cortos de Clara corriendo, marchándose de nuestra juventud. Sigo paralizado aunque haya pasado una vida entera.
Haber vuelto a aquella calle de mi ciudad es haber retrocedido a aquel punto de donde nunca me he movido. Sí, la vida continuó; la guerra acabó, salimos adelante, tuve y tengo una familia y he vivido todo lo que a cualquiera le hubiera tocado vivir. Pero sigo siendo aquel chico que la guerra robó la inocencia.

Donde recordaba los escombros de la escuela ahora se levanta un almacén que aprovechó el único muro que quedaba. Mi casa ha dado paso a un edificio sin carisma, tan rojo cuando lo construyeron como marrón sucio ahora, casi sin color. Es como si la calle entera continuara triste. No queda nada, pero en cambio en mí todo sigue igual. Nunca he dejado de pensar en aquellos días.


He vuelto porque quería vivir por última vez ese momento. Todos estos años he imaginado miles de veces lo que tendría que haberle dicho. Como si de la última vez se tratase las palabras se me escapan de mis labios:
-Clara, espérame.
-La guerra, la maldita guerra... el miedo me hizo correr.

Detrás mío aparecen unos ojos que ni sesenta años borran de mi memoria. Es ella, es como si el tiempo hubiera cosido aquel pasillo con el presente.
-Clara, eres tú!
-Veo que ya no eres un crío.
-A la vista está, estamos hechos unos ancianos.

-Lo somos desde el día que me marché.
-Era demasiado joven para entender que no debía dejarte marchar.

-Y yo demasiado vieja ahora para saberlo. No hace falta que me digas más.

Entonces vuelvo a aquel pasillo, entre los niños corriendo yo ya no me quedo quieto; aunque se vuelva a marchar porque se caiga el cielo le diré bien alto y claro que no voy a pasar más tiempo sin ella, que no pienso vivir congelado ni un minuto más.
Me coge de la mano, es la primera vez que nos tocamos, y mirándome a los ojos me dice:
-Lo sé, ya no marcharé más.

sábado, 24 de enero de 2009

Nacer muriendo

Hola Pedrito, Pedro.
Te escribo deseando que estas lineas no te lleguen nunca; si es así es que ya ha pasado suficiente tiempo como para que lo entiendas todo, que nunca he estado ahí pero es lo que más me hubiera gustado. Ahora mismo faltan unas semanas para que nazcas, y según los médicos existe un gran riesgo para los dos. Nunca les he hecho caso porque te necesito, quiero verte conmigo aunque ello represente jugárselo todo a una sola carta.
Seguro que te han asaltado muchísimas preguntas todo este tiempo y nadie te ha podido dar respuestas. Para empezar por qué tu madre te puso de nombre Pedro. Verás, así se llama o llamaba tu padre. Aunque las circunstancias hicieran que nunca pudiéramos llevar una relación normal y corriente has de saber que nos quisimos muchísimo, que todo a nuestro alrededor prendía cuando nos acercábamos. Que con solo mirarnos podíamos saber qué pensaba el otro. Supongo que el hecho de que Pedro estuviera casado impedía cualquier acercamiento a la normalidad. Pero aun así fuimos felices. Tan solo estuvimos juntos un par de noches, pero si me estás leyendo el resultado fue extraordinario: eres todo el amor que fuimos.
Por miedo a truncarle la vida nunca le dije que estaba embarazada. Desaparecí de su vida, de mi vida y me marché de Barcelona. Desde aquella noche nunca he dejado de pensar en él, y sé que aun la distancia seguimos deseándonos el uno al otro.
Si me estás leyendo es que los médicos tenían razón y no he aguantado el parto. Seguro que sales a tu padre porque me han dicho que eres enorme.
Es curioso, aun no has nacido pero ya te pido un favor: vuelve a Barcelona, busca a tu padre, dile quien eres y sobretodo dile que le quise, le quiero y si no le querré más es porque morí.

La habitación es tan gris como estéril, sin detalles, sin vida. De hecho la única vida que hay dentro es la del propio Pedro. Y a sus pies llace ella, estirada, blanca; parece tranquila, como si la noche anterior no hubiera sido protagonista de una guerra por dar luz a su propio hijo. Muestra una sonrisa relaja, como si supiera que su Pedrito está libre de peligro.
Pedro ha acabado de leer la carta y se sienta en el sillón que hay en una esquina. Está profundamente aturdido, agotado. No entiende cómo ha llegado allí. Por primera vez en su vida se siente libre para estar junto a ella; sin embargo la sabe más lejos que nunca.
No hay vuelta atrás.

Pican a la puerta y entra un doctor que sin mirarle a los ojos se presenta. Detrás de él ha entrado una enfermera joven que no disimula su gran curiosidad con unos grandes ojos.
-Buenos días, soy el Doctor García. Cómo se encuentra?
-Pues... no sabría decirle...
-Entiendo que se encuentre un poco aturdido, la experiencia es realmente fantástica.
-Fantástica? Lo único que sé es que he encontrado a la mujer que amo y está muerta en esta cama.

-El parto fue realmente duro. Ha de saber que llevar a término un embarazo de sus característica es físicamente imposible, pero a veces existen milagros.
-Qué características? Doctor... explíqueme!
-Vamos a ver... realmente usted no se acuerda de nada?

-No, no sé ni por qué voy con un pijama del Hospital.
-Es difícil de explicar. Tengo una gran experiencia pero en la vida había asistido a un caso parecido. Hace dos días su... la señorita Blanch ingresó con un trabajo de parto muy avanzado. Después de varias horas se le tuvo que practicar una cesárea pues era incapaz de continuar con un parto natural. La operación se complicó y la señorita Blanch falleció por un shock hipovolémico. Y... aquí está usted.
-Cómo que aquí estoy yo? Cómo llegué?
-La señorita Blanch le dio a luz. Usted es su hijo.

Pedro se le queda mirando, incrédulo. Su memoria, los años vividos amándola en la sombra, sus recuerdos... todo contradice las palabras del médico. Es imposible, cómo ha acabado de nacer si incluso la enfermera es menor que él?
-Mire, debe ser una broma o estoy fatal de la cabeza, pero ambos sabemos que no puedo haber nacido hace unos horas. Pero no me ve? Acabo de descubrir que la mujer que amo está muerta y además esperaba un hijo mío!
-Entiendo que parezca increíble; yo mismo le he dicho que es fantástico. Por eso mismo me gustaría que se quedase ingresado para estudiar su caso. No cabe decir que podrá disfrutar de todos los recursos del Hospital.

La enfermera que había estado en un segundo plano no puede continuar conteniéndose y salta:

-Pedro, usted la quería, verdad?
-María, a qué viene ésto?
-No se da cuenta? La vida le ha dado una segunda oportunidad. No podía seguir viviendo lejos de ella, y ella se ha sacrificado por usted.
-Ya, pero ahora... yo no puedo seguir viviendo sin ella.

A Pedro solo le queda la carta, solo le queda buscar al otro Pedro, el que vive en la ignorancia, y decirle quién es él y recordarle quién fue ella. La mira por última vez; sigue sonriendo, sigue siendo la mujer que le ofreció todo su amor y quien le ha dado la vida.

sábado, 10 de enero de 2009

Teleparo

Pulse o diga uno si percibe que respira; dos si no respira.
Uno, UNO!
Por favor, repita su respuesta: uno si percibe que...
Uno, joder, UNO!
Ha elegido que no respira. Pulse o diga uno si han pasado menos de 5 minutos; dos si han pasado más de 5 minutos; tres para más de 10 minutos; pulse cuatro si no lo sabe.
(Todo ha pasado muy rápido, pero creo que...) Tres.
Teclee o diga el número de la edad del paciente.
Tres, tres, (y con los nervios) tres.
Ha elegido 333 años. Lo lamentamos mucho pero debido a la edad avanzada del paciente no hay nada que hacer. Para contactar con pompas fúnebres pulse o diga uno, para...
Me he equivocado! Ostia, ostia... que solo tiene 33 años! Oiga, oiga?
Ha elegido opción tres, donación de órganos.
Que no he dicho nada! Pero qué hago yo hablando con una puta máquina?
Buenos días, ha contactado con el servicio de donación de órganos del Hospital Provincial. En breves momentos le atenderá un comercial.
Cómo llamando al teleRCP he acabado aquí?
Buenos días, no se retire.
Oiga? Que no sé si está vivo! Oiga?
Su conversación va a ser grabada por motivos de seguridad...
Me parece perfecto, pero me podría volver a poner con los de paros? pero no una máquina, si no un profesional.
Ui, eso va a ser difícil, en estas fechas y con la escasez de profesionales de la salud han tenido que poner este programa informático; en cambio, ya ve, de comerciales...
Que me ponga con la puta máquina, joder, que tengo a mi hijo muerto!
Pues si está muerto, puede estudiar la posibilidad de donación de órganos? Es que verá, me pagan por comisiones, no por horas...
Oiga, yo solo quiero que me asistan para reanimarlo, no para donarlo!
Muy bien, ahora le paso otra vez con el departamento de paros. Pero si la cosa no sale bien... por favor, llámeme a este mismo número.
Dios...
Buenos días, usted o un acompañante han sufrido un paro cardiorespiratorio. Si desea reanimarse o reanimarlo pulse o teclee uno.
Uno.
Pulse o diga uno si percibe que respira; dos si no respira.
(...)

Mierda, me he quedado sin batería.

sábado, 3 de enero de 2009

Retrasarse

Había sido uno de esos días en que pasas revista a tu vida, que recuerdas cada uno de esos grandes momentos, cada logro, cada gesta. Estaba en la fiesta sorpresa de su cuadragésimo cumpleaños viendo un pase de diapositivas de todas las fotos que su familia había podido conseguir.

Ahí estaba con una bata de colegio entre varios niños, posando con todo el equipo de baloncesto, con su primer premio literario, con sus primeros amigos del bachillerato adolescente, en fiestas con sus diferentes novias, con su primer coche, con una orla tras graduarse en la facultad; y también estaban las más recientes relacionadas con su mujer, sus viajes y sus tres hijos. Se podría decir que su vida había sido tan exitosa como esperada. Una vida de folleto que te proporcionan al nacer cuando vas a una tienda donde venden vidas.

Al acabar los cinco minutos en imágenes de toda una vida a Tomás le pasan un micrófono y alguien pide que hable. Mira sin ver, está mucho más nervioso que cuando tiene que hablar en las mesas ovaladas de la empresa. Esta fiesta le ha emocionado realmente, le ha hecho darse cuenta de todo lo que tiene. Seguro que entre los presentes la gran mayoría querría cambiarse por él.

De su boca salen a penas dos letras cuando suena el timbre de la puerta. No puede ser nadie, pues todos están dentro. Él mismo abre la puerta a un mensajero que le entrega una carta del Ministerio de Sanidad. No se da cuenta que lleva aun el micro en la mano cuando empieza a leer:

"Rogamos póngase en contacto con su médico de cabecera tan pronto como sea posible pues se le ha detectado un retraso mental importante que quizás lleve consigo desde que nació, pero por razones desconocidas nadie nunca ha detectado."

Al acabar las últimas palabras Tomás se queda con los ojos perdidos en el horizonte de amigos y familiares estupefactos. Sus caras son un poema, nadie dice nada, todos se acaban de enterar que su gran amigo, su padre, su esposo, incluso su amante, es retrasado mental. Pero ¿cómo nadie se ha dado cuenta? ¿Cómo ha alcanzado una vida llena de éxitos? ¿Es que nadie lo conocía realmente?

Tomás mira buscando refugio en sus padres y su mujer, pero ha perdido ese brillo en la mirada; posee esa dejadez expresiva que denota que algo le falta, que no es una persona como las demás. Él mismo se da cuenta, e intenta esconderse tras una lámpara que espantada cae al suelo con gran estruendo. Arrastrado por el cable se lleva consigo el paragüero y el perro que también estaban alucinando acordes con el grupo.

A unos metros su jefe y mentor no sale de su asombro. No entiende cómo pudo ascender a una persona que claramente no reune las condiciones necesarias de liderazgo empresarial. Igual el día a día, el apellido, la burocracia y el boca a boca jugaron a favor de Tomás. Un sudor frío le recorre la espalda al pensar en el lunes siguiente al tener que rendir cuentas al consejo de administración. ¿Cómo pudo poner al frente a un retrasado mental?

Justo al lado se encuentra Luisa, su última amante, no deja de negar sigilosamente con la cabeza. Si lo que más le atrajo de él fue su ingenio, su perspicacia, su inteligencia! Si ni siquiera era guapo! ¿Cómo pudo acabar con un retrasado mental feúcho y además casado?

Justamente su esposa se veía inundada por el futuro inminente de tener que cuidar a sus tres hijos sola además de un retrasado mental profundo. Ahora que lo pensaba entendía todas esas situaciones donde sus discusiones acababan con un "imbécil· o "estúpido" y él ponía cara de no saber qué estaba pasando. Le irritaba sobremanera que esas broncas no tuvieran un final normal con un jarrón roto o portazo. Sus amigas le decían que Tomás era un supermarido con una paciencia extrema, que tenía mucha suerte. ¿Suerte? ¿Suerte de no haberse enterardo que estaba durmiendo con un imbécil ni siquiera cuando dejó de estar enamorada?

Tomás miró a todos. Aun seguían paralizados. En cambio él fue levantándose del suelo poco a poco, y a medida que se incorporaba a su nueva vida dejó de preocuparse de si era un buen padre, si su rendimiento en la empresa era satisfactorio, de tener que pagar todos esos impuestos y letras, dejó de preocuparse de tener que esconder sus infidelidades, de acontentar a su mujer. Sus preocupaciones se quedaron atrás, en la carta de sus manos.

Y entonces, a sus cuarenta años y por primera vez en su vida, su corazón sonrió y entendió la felicidad de la tranquilidad
.

sábado, 20 de diciembre de 2008

La ciudad de mis noches

La noche entera en forma de brisa choca contra mis mejillas. Cada giro, cada vuelta de esquina la renuevo; me recuerda todos esos años que vengo recorriendo la misma ciudad, en especial en esta época del año que circulo con la ventanilla bajada. Sé que si me paro el calor del asfalto me dormirá en un pesado letargo; las calles quietas de las noches más cortas me animan a seguir adelante, a no frenar.

No hay día que no descubra un nuevo detalle, un cambio, un nuevo enfoque. La ciudad está viva, incluso bajo esta luna de verano, incluso con cualquier forma de vida despistando su calor, su asfíxia.

Me deslizo con mi viejo coche entre las vísceras de sus barrios. Con este mismo coche que ha sido testigo mudo de mi vida. Me ha visto en peligro, me ha visto llorar; me ha alimentado e instruído, y hasta me alojó entre sus brazos cuando mi apartamento me dejó en la pena.

Corro por mi ciudad entre la noche, sin rumbo fijo. Solo sé que he de seguir adelante, circular a algún punto que nunca llega. Hacia un destino que a cada momento cambia de destino. Cada día par al anterior: hasta que el sol me avisa que es momento para posponerlo todo.

Entonces paro mi noche, lo aparco todo; esté donde esté vuelvo andando hasta mi habitación.
Y duermo.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

El momento decisivo

Simplemente en aquel momento no me di cuenta, no lo hice; nunca llegó a pasar nada, nadie se dio cuenta y mi vida ha gastado su reloj tal y como fue programada: en una absoluta, absurda e irremediable normalidad aparente.

Pero no. Soy consciente en cada uno de mis movimientos y pensamientos que si en aquel preciso momento lo hubiera hecho hoy no sería lo que soy. Sería alguien totalmente diferente al que soy; se podría decir que no me parecería en nada.

Setenta veces me han dicho que no he de lamentarme, y menos por algo que desconozco. Pero supongo que mi carácter pesimista tiende a imaginarme una vida mucho mejor si no se sabe cuándo hubiera hecho no se sabe qué.

Así que he decidido que el año que viene viajaré hasta nacer de nuevo para revivir de nuevo todas mis decisiones importantes, incluso las intrascendentes. Quizás estando un poco atento pueda descubrir qué fue lo que hizo que sea quien soy, y qué hubiera pasado si en ese Momento Decisivo hubiera escogido avanzar en otro tipo de suerte.

Ya tengo los billetes, no hay vuelta atrás.

jueves, 11 de diciembre de 2008

La sangre del silencio

Marco su número desde lo más profundo de mis recuerdos. Sale solo. Sale aunque no quiera.
Suena varias veces; una antes de que cuelgue lo coge. No dice nada. Su silencio es una forma de preguntarme qué quiero, de mostrar su indiferencia y de decirme que acabe cuanto antes.

-Hola.
-Hola.
-Si estás ocupada te llamo más tarde.
-Más tarde estaré igual de ocupada; dime.
-No... solo quería hablar contigo, de saber qué...

Otro silencio: más corto en tiempo pero más duro si cabe que el anterior. Me doy cuenta que desde hace un tiempo dice más cosas callando que hablando. En cambio yo cada día utilizo más palabras y ya no sé qué decir. Quizás este sea el problema, que nuestras palabras nos alejan a cada uno a un lado de nuestras vidas.

-Ahora no puedo hablar, lo siento.
-Te llamo luego, entonces?
-Me has de decir algo concreto?

-Eh... bueno, nada especial, solo que necesito hablar contigo. Vamos, que me apetecía, y he pensado que quizás tú... bueno, que también tendrías ganas de charlar un rato.
-Te hubiera llamado, no crees?
-Como estás tan ocupada a lo mejor se te ha pasado.

Un silencio más. No salen palabras de su boca, o a lo mejor el ruido desgarrador de su afilada mano arrancándome el corazón borra cualquier sonido que pueda escuchar.

-De acuerdo, entiendo. Otro momento será. Que sepas que estoy por aquí.
-Vale, adiós.
-Adiós.

Un último silencio.
Éste ya dura años.

sábado, 29 de noviembre de 2008

El día que morí

Me avergüenza admitirlo pero lo primero que hice al morir fue quedarme mirando igual que los allí presentes. Era de las primeras veces que veía un muerto. Quizás la primera, y con lo joven que era me despertó el sentimiento de mala suerte que se había quedado atontado también dentro de mí, o a lo mejor aun estaba dentro de esa cabeza estirada en el suelo a cuadros.

No hicimos nada porque era obvio que no se podía hacer nada. El cuerpo, mi cuerpo, estaba totalmente destrozado. Ni siquiera conté el número de piernas y brazos por temor a no cuadrarlos. Me tranquilicé al ver que no era el único que estaba al borde de un ataque de náuseas, pero pude poner freno a mi estómago desviando la atención a un par llorando.

Seguramente era la única música que sonaba. Aunque muy pronto llegó la de la ambulancia. Por la prisa de los de blanco supe por segunda vez que no había nada que hacer. Solo se limitaron a taparme, y verme por última vez en cuerpo presente, y a consolar a ese par que seguían llorando y habían subido un par de tonos la cancioncilla. La verdad es que ya estaban cansándonos por lo que cuando hubo acabado todo fue lo segundo que hice una vez muerto: agradecérselo.

No creo que me entendieran porque se estuvieron excusando en el tráfico y la carga de trabajo en festivos y no veía ninguna relación con esas dos lloronas. De todas formas me dieron una tarjetita cuadrada con el nombre y número de sus abogados para que me pusiera de acuerdo con ellos por una posible indemnización. Sí, normalmente son rectangulares ¿verdad?

Fue lo tercero que hice. Como mi móvil se había quedado bajo la manta y me daba auténtico asco rebuscar entre mis vísceras y huesos fui hasta un teléfono público para llamarles. Una máquina me dijo que marcara 4 si había sido víctima de un mal servicio, y otro 4 si quería percibir una cantidad módica para compensar de alguna forma.

Tras pensármelo bien acepté ese 4 y tras 160 minutos de espera me pasaron con un departamento de indemnizaciones. No sé cómo pero acabé adquiriendo un seguro de vida, una enciclopedia a todo color de este mismo año y calefacción de gas butano pero en bombonas pequeñas azules. La chiquilla sabía lo que hacía y yo había empezado a asimilar todo lo que había pasado. Ahora que lo pienso bien se aprovechó de mí, pero lo pasado pasado está.

Una vez hubo acabado todo (me refiero a la llamada), limpiaron mi sangre y la mayor parte de la gente incluidas las dos malditas lloronas quedaron para verse al día siguiente para tomar una copa, me fui para casa. Había sido un día muy largo y tenía que despertarme pronto al día siguiente para recibir los papeles del seguro, la enciclopedia y al comercial del Gas.

Otro día me ocuparía de mi cuerpo, pensé.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Revivir

Realmente tuve mucha suerte. Le podía haber tocado a cualquiera, pero por una vez tuvo que ser a mí. Todo empezó hace un año: salí de la oficina en unos de esos días que se repiten tanto que si me lo ponen igual al día siguiente seguro que ni me doy cuenta. Hacía frío, un leve viento que acentuaba el gris de la tarde hasta hacerlo nacarado totalmente. Me agaché para abrir el candado de mi moto cuando se acercó un hombre que en mi vida había visto, aunque al mirarlo fue como reconocer algo cotidiano, alguien a quien toda la vida has estado tratando.

No abrió boca, pero me lo dijo bien claro: toma, te regalo otra vida. Y se fue.
Al principio no lo entendí bien, no casaba la realidad con la situación, pero poco a poco fui viendo que algo había cambiado.

En los días posteriores al encuentro noté como al lado de mi rutina habitual nacía una nueva realidad donde yo era el mismo, donde todas las características de mi vida eran exactamente iguales, pero al interactuar con ésta de diferente forma todo cogía un matiz diferente primero y otro color después. Al mismo tiempo me despertaba en un martes, pero vivía dos martes diferentes al decidir en uno ir en mi moto habitual y en el otro ir andando disfrutando de un paseo. A partir de ahí la evolución del día comenzaba a ser diferente, pues en un martes llegaba prontísimo como siempre al trabajo y volvía a cruzarme con la misma gente con las mismas conversaciones, y en cambio en el otro martes conseguía llegar tarde pues además de ir andando me encontraba quizás con un viejo amigo que hacía años que no veía. A partir de ahí el día se iba trazando de una forma muy diferente dependiendo de las decisiones que tomara.

Mientras en mi martes habitual me comportaba como se esperaba de mí, en el otro aprovechaba para ser otro yo que jamás me atrevería a ser ya que veía esta segunda vía como un regalo, como un jardín de pruebas. Poco a poco este segundo plano se convirtió en mi primera opción, se fue comiendo mi vida entera.

Entonces convivían en mí dos formas de afrontar la vida. En la primera por decirlo de alguna manera, en la de siempre, dejaba para más adelante todo, me relacionaba sin sorpresas, trabajaba duro sin resaltar, aceptaba cualquier inconveniente. Y en la segunda que me habían regalado aprovechaba para desinhibirme, para afrontar todos mis sueños, para conocer realmente a toda la gente que me importaba.

Enseguida mi segunda vida cambió al dejar mi trabajo y conseguir otro mejor. Como cobraba más me pude permitir un mejor piso. Como mi trato con el mundo mejoró empecé a rodearme de más gente, de personas más interesantes, y éstas me llevaron a tener una vida más completa, con más colores. Empecé a viajar más, a leer más libros, a comer mejor, a hacer todo aquel deporte que mi otra vida no me apetecía hacer, a salir más. Mi vida regalada comenzaba a ser una vida exitosa.

En contrapartida con mi nuevo yo quedé relegado a tener una vida más gris y sosa al mismo tiempo. Tenía que convivir entre el éxito más deseado y la desidia día a día, hora a hora. Cada vez me tenía más alejado de mí mismo y no veía solución para converger en uno solo.

Era viernes y había acabado de trabajar muy tarde aunque no sabía lo que había hecho. Al mismo tiempo que me ponía el casco, los guantes y el abrigo estaba con unos amigos en la cola de un cine. Me ví sin mirar desde mis ojos tristes de mi vida de siempre sin expectativas, sin sueños. Entonces arranqué la moto y circulé por las calles que me habían aguantado estas dos vidas. Pasé por delante del cine y me vi riendo, me vi feliz, me vi como había querido ser y como había conseguido serlo.

Alcancé una velocidad considerable y al ponerse el siguiente semáforo en rojo cerré los ojos llevándome conmigo una última imagen de mí mismo feliz.

martes, 4 de noviembre de 2008

Has venido

Has venido.
Sí, no me preguntes por qué, porque ni yo lo sé.
Quizás es porque tenías ganas de verme.
No quiero empezar mal.
Entonces ¿quieres empezar bien?
Tampoco he dicho que quiera empezar bien, simplemente no me preguntes qué hago aquí.
Te lo respondo yo: tienes ganas de verme.

Si las tuviera, te lo hubiera dicho, ¿no crees?
No sé, creo que no te conozco.
Entonces ¿por qué has venido tú?
Para eso, para conocerte.
Ni siquiera yo me conozco. Fíjate: no sé qué hago aquí.
Te lo he dicho: tenías ganas de verme.
Y yo te lo he dicho: no tientes a la suerte.
Está bien; el hecho es que has venido.
Sí, pero creo que me voy a ir.
Pero ¡si acabas de llegar!
Pero no sé que hago aquí, no sé por qué he venido y no entiendo por qué no lo entiendes.
¡No entiendo nada!
Es lo que te he dicho.
¿El qué?
Que no me entiendes.
No, no te conozco.
Quizás si me conocieras me entenderías.
Si te conociera y si te entendiera seguramente tendrías ganas de verme.
Si me conocieras y me entendieras, y al mismo tiempo si te conociera y te entendiera.
Todo es empezar.
Todo es acabar.

domingo, 26 de octubre de 2008

La antesala del miedo

Llamo al ascensor. Lo he pensado más de lo que creía que era necesario, pero teniendo en cuenta que va a ser la primera vez es normal me digo a mí mismo. No estoy nervioso, estoy decidido. Cómo tarda pienso, si solo son dos pisos. De todas formas tendría que haberlos subido andando, pero no quiero dejar nada para la improvisación.

Llega, entro y aprieto el botón del segundo piso. No sé a qué atenerme: si a un frío metálico o al calor próximo al desenlace que tanto he ansiado. Casi que me decanto por el ardor de la sangre, antesala de esa mirada con que presumiblemente me mirará antes de morir.


Llego, toco el timbre. Unos segundos más tarde me dan permiso para entrar como tantos otros días. Solo que hoy nadie sabe lo que vengo a hacer. Todo el mundo actúa con una normalidad lógica pero insultante para mí: ¿cómo pueden ir y venir sin darse cuenta de lo crucial del momento?

Como un fantasma que ni arrastra los pies me veo justo en la puerta de su despacho, plantado y esperando a que se gire. Pero no lo hace y me veo obligado a llamarle por su nombre, con una voz despertándose de varias horas de premeditación.

Se gira; sus ojos son mezcla de sorpresa, ingenuidad y ignorancia que se transforman en miedo al sacar la pistola que tenía escondida en la chaqueta. Ese es el miedo que quería ver en su cara y, por un instante veo satisfechas mis expectativas. Pero instantes después me embarga un sentimiento de inutilidad; una chispa racional cruza de lado a lado de mi cerebro logrando una visión de las consecuencias de mis actos.

Esa misma chispa autómata hace que apriete el gatillo y sale una bala que llega encima de esos ojos inundados en lágrimas de miedo. Todo es sangre, todo se pinta de un rojo entusiasmado y yo me quedo quieto, gris,
muerto.

¿Qué he hecho?