sábado, 11 de abril de 2009

Retrasarse, durante

La vida de Tomás había dado un giro espectacular: únicamente provisto de la carta que anunciaba su idiotez bastó para que le dieran un apartamento tutelado y un nuevo trabajo falto de responsabilidades.

Lo del piso fue cuestión de suerte, todo hay que decirlo. Esa misma tarde se presentó al ambulatorio de donde salió la cartita en cuestión. Preguntó por el doctor de cabecera que le correspondía y le esperó en la salita de espera toda la tarde. Una vez hubieron pasado las cuatro horas de su turno de trabajo salió y al ver una persona que no estaba en su lista le preguntó si le estaba esperando.


-Sí, usted me ha hecho idiota de golpe.
-Tomás... Torres... o Torras?
-Tomás Torrat, espero que no se equivocara de persona...
-No, no, la verdad es que estos casos no se olvidan así como así. Pase.

Seis minutos más tarde y con dos peticiones de pruebas, tres recetas, una dieta rica en fibras y un 2x1 en una pizzería próxima salió Tomás con cara de no haber entendido nada. Dada las circunstancias era lo más normal, por lo que el Doctor Tazones le gritó desde la pica donde se estaba lavando las manos: el despacho de enfrente!

Como en el mismo pasillo habían no menos de diez puertas en cada lado, se dedicó a intentar abrirlas todas sin éxito hasta que llegó a una anunciada como Asistente Social. Hubiera sido más fácil que le dijera que era ésta en vez de la puerta de enfrente, pero claro, al ser imbécil seguro que daban por hecho que no se fijaría.


Tomás tuvo la gran suerte que Pilar la Asistente estuviera en ese momento cerrando el ordenador, dejando la bata colgada del perchero y cogiendo las maletas de cara a un fin de semana en la nieve. 20 minutos más tarde salían los dos del ambulatorio la mar de felices: una contenta de haber acabado una nueva jornada de trabajo teniendo que lidiar con todo tipo de personas desgraciadas, y el otro con las llaves de su nuevo hogar.

Días después comprendió que Aarón era un buen amigo, pues a parte de entrar cuando le daba la gana en su pisito de 28 metros cuadrados, le había proporcionado un trabajo en una fábrica de cartones doblándolos para hacer cajas y le suministraba toda clase de alimentos. Al principio pensó en echarlo de su casa, pero al ver sus buenas intenciones le dejó hacer, pues seguramente el pobre era la única manera de autorealizarse que tenía. En cambio él había encontrado la manera de ser feliz: doblando cartones y haciendo cajas perfectas.

Gran parte de las once horas diarias que pasaba haciendo cajas se evadía divagando acerca de lo que contendrían, de los mil usos que acabarían teniendo. Seguramente estas cajas acabarían ayudando a una familia a cambiarse a un piso mejor, más grande, más luminoso. O quizás alguna caja llevaría dentro un perrito para regalar a una niña desdentada. A lo mejor estas mismas cajas serían los recuerdos que uno lleva consigo toda la vida, rotuladas como las que había dejado atrás en la casa de Rosa. Como mínimo estos cartones acabarían ayudando al que se queda una noche sin techo bajo el que dormir, o dos noches, o una vida entera. No era su caso, se sentía afortunado de su pisito, con la compañía de Aarón, y además se le pasaban las horas volando en la fábrica de sueños como la llamaba él.

Qué más podía pedir?

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