sábado, 20 de diciembre de 2008

La ciudad de mis noches

La noche entera en forma de brisa choca contra mis mejillas. Cada giro, cada vuelta de esquina la renuevo; me recuerda todos esos años que vengo recorriendo la misma ciudad, en especial en esta época del año que circulo con la ventanilla bajada. Sé que si me paro el calor del asfalto me dormirá en un pesado letargo; las calles quietas de las noches más cortas me animan a seguir adelante, a no frenar.

No hay día que no descubra un nuevo detalle, un cambio, un nuevo enfoque. La ciudad está viva, incluso bajo esta luna de verano, incluso con cualquier forma de vida despistando su calor, su asfíxia.

Me deslizo con mi viejo coche entre las vísceras de sus barrios. Con este mismo coche que ha sido testigo mudo de mi vida. Me ha visto en peligro, me ha visto llorar; me ha alimentado e instruído, y hasta me alojó entre sus brazos cuando mi apartamento me dejó en la pena.

Corro por mi ciudad entre la noche, sin rumbo fijo. Solo sé que he de seguir adelante, circular a algún punto que nunca llega. Hacia un destino que a cada momento cambia de destino. Cada día par al anterior: hasta que el sol me avisa que es momento para posponerlo todo.

Entonces paro mi noche, lo aparco todo; esté donde esté vuelvo andando hasta mi habitación.
Y duermo.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

El momento decisivo

Simplemente en aquel momento no me di cuenta, no lo hice; nunca llegó a pasar nada, nadie se dio cuenta y mi vida ha gastado su reloj tal y como fue programada: en una absoluta, absurda e irremediable normalidad aparente.

Pero no. Soy consciente en cada uno de mis movimientos y pensamientos que si en aquel preciso momento lo hubiera hecho hoy no sería lo que soy. Sería alguien totalmente diferente al que soy; se podría decir que no me parecería en nada.

Setenta veces me han dicho que no he de lamentarme, y menos por algo que desconozco. Pero supongo que mi carácter pesimista tiende a imaginarme una vida mucho mejor si no se sabe cuándo hubiera hecho no se sabe qué.

Así que he decidido que el año que viene viajaré hasta nacer de nuevo para revivir de nuevo todas mis decisiones importantes, incluso las intrascendentes. Quizás estando un poco atento pueda descubrir qué fue lo que hizo que sea quien soy, y qué hubiera pasado si en ese Momento Decisivo hubiera escogido avanzar en otro tipo de suerte.

Ya tengo los billetes, no hay vuelta atrás.

jueves, 11 de diciembre de 2008

La sangre del silencio

Marco su número desde lo más profundo de mis recuerdos. Sale solo. Sale aunque no quiera.
Suena varias veces; una antes de que cuelgue lo coge. No dice nada. Su silencio es una forma de preguntarme qué quiero, de mostrar su indiferencia y de decirme que acabe cuanto antes.

-Hola.
-Hola.
-Si estás ocupada te llamo más tarde.
-Más tarde estaré igual de ocupada; dime.
-No... solo quería hablar contigo, de saber qué...

Otro silencio: más corto en tiempo pero más duro si cabe que el anterior. Me doy cuenta que desde hace un tiempo dice más cosas callando que hablando. En cambio yo cada día utilizo más palabras y ya no sé qué decir. Quizás este sea el problema, que nuestras palabras nos alejan a cada uno a un lado de nuestras vidas.

-Ahora no puedo hablar, lo siento.
-Te llamo luego, entonces?
-Me has de decir algo concreto?

-Eh... bueno, nada especial, solo que necesito hablar contigo. Vamos, que me apetecía, y he pensado que quizás tú... bueno, que también tendrías ganas de charlar un rato.
-Te hubiera llamado, no crees?
-Como estás tan ocupada a lo mejor se te ha pasado.

Un silencio más. No salen palabras de su boca, o a lo mejor el ruido desgarrador de su afilada mano arrancándome el corazón borra cualquier sonido que pueda escuchar.

-De acuerdo, entiendo. Otro momento será. Que sepas que estoy por aquí.
-Vale, adiós.
-Adiós.

Un último silencio.
Éste ya dura años.