domingo, 16 de agosto de 2009

El pago de los secretos

Hay tan poca luz que hasta el humo de los cigarrillos ilumina el espacio entre la barra y las mesas. Tenía que ser la del final donde estuvieran esperándolo, no podía ser de otra manera. Y es que a cada paso que da más se le nota lo nervioso que está. Casi no tiene energía para llegar, y al hacerlo se acaba de convertir en una especie de proyecto de hombre fallido, todo encorvado y con un hilo de voz que denotaba una inquietud próxima al colapso.

Allí está Antonio tal y como le había dicho, sentado todo lo largo que es en el sofá roñoso de aquel bar que había acumulado miles de vidas. Parece que lo estaba mirando desde antes de entrar por la puerta, sin pestañear, con una tranquilidad impertérrita. A su lado, distraída, Elsa juega con un mechero ajena a cualquier forma de vida.


-Supongo que si has sido capaz de llegar hasta aquí es para traerme lo que es mío.
-Sí... lo tengo, pero preferiría traértelo el miércoles... jueves como más tarde.

Antonio no muestra ningún tipo de emoción, ni hastío ni sorpresa. Su cara es inexpresiva como el vaso de tubo vacío que tiene delante de sí. Sus ojos alargan el silencio hasta hacerlo insoportable. A Adan, que sigue de pie enfrente de ellos, le parece que lleva horas y ya cuando las piernas empiezan a fallar un chasquido del mechero de la chica rompe el silencio.

-Es que verás, lo tengo casi todo, pero pensé que... mejor traerlo todo junto antes que hoy una parte y más adelante el resto.
-Ya. Entiendo.

A cada palabra Antonio hace una pausa interminable que a Adan le hace parar la respiración.

-Pero no es lo que acordamos, ¿verdad?
-Bueno... son pequeños detalles, si al final puedo cumplir no veo que haya ningún problema...
-Hoy era tu último día. Ese es el detalle con el que debías quedarte.
-Tienes razón... pero pensé que hablando podíamos solucionarlo.
-Ya se habló en su momento. Necesitabas dinero. Yo te lo presté. Hoy era y es el último día que te di para devolvérmelo. ¿Tú qué dices Elsa? ¿Hay que hablarlo más?

Por primera vez Elsa parece darse cuenta que no está sola, y de golpe deja de jugar con el encendedor para mirar delante suyo. Enfrente un Adan cada vez más pálido ya no sabe cómo aguantar de pie. No sabe cómo mirarla, no se atreve. En cambio Elsa no duda un instante en clavarle los ojos y arrastrar otro silencio inacabable.


Semanas atrás queda una Elsa dulce que no tenía suficiente con los besos y caricias de Adan. Solían quedar de escondidas en un motel en un barrio lo suficiente lejos del conocimiento de Antonio, y se pasaban las horas en la cama. Siempre era él quien tenía que irse y ella quien le rogaba más, quien nunca tenía fin. Un día Elsa le amenazó con llamar a su mujer y contárselo todo. Además estaba el agravante de si se enteraba su novio quien no se particularizaba precisamente por sus buenos actos. Adan no quiso saber nada más de ella y Elsa lejos de cumplir su amenaza le pidió diez de los grandes si no quería que abriese la boca. Fue entonces cuando Adan no tuvo más remedio que pedir dinero prestado a Antonio.

-Toni, yo creo que el tiempo hace madurar las ideas, e igual este señor consigue poner toda esta mierda en su sitio donde estaba antes.
-Eres una sentimental. Odio que me engañen, y este tío me ha engañado. Me dijo que antes de hoy me devolvería la pasta que le dejé y no ha cumplido. ¿Qué te hace pensar que lo hará en dos días?
-¿No lo ves? míralo, es patético, está cagado. Sabe con quién se las está jugando. Hará todo lo posible por cumplir, si no ya sabe lo que le tocará, ¿verdad?

Adan consigue aguantar la mirada de Elsa, punzante, nunca pudo llegar a imaginar que fuera alguien tan despiadada. Es la primera vez que no puede dejarle con la palabra en la boca y marcharse. Siempre pudo hacer con ella lo que quiso, y ahora le tenía contra la pared, desnudo, temblando como un condenado a la orca.


-Te juro que te los traeré, en dos días tienes todo el dinero, te lo prometo.
-Está bien, está bien... tienes suerte de que esté mi chica aquí. Está buena, ¿eh? Claro que sí, por eso te la estabas tirando, ¿no?

El tiempo se para en la última mesa del bar. Antonio aun no se ha movido un ápice en todo el momento; Elsa se quedó congelada mirando a un Adan tan blanco como un paquete de folios recién abierto. Incluso la sangre que corre por sus venas se ha petrificado.

-Pasado mañana me traes el dinero si no quieres una bala entre esos ojos de gilipollas que tienes. Y no seas imbécil, no hagas tratos con el novio de la tía que te tiras. Sal de mi vista!

Adan se escapa de una muerte más que segura. Sabe que al girarse Antonio no tardará mucho en pegarle un tiro. Comienza a caminar y a cada paso que da el cuerpo se acuerda de lo que es moverse, a cada paso más rápido. Para sorpresa de sí mismo alcanza la puerta, y con ésta la luz del día. Cegado por tanta claridad vuelve a nacer, vuelve a saborear cada gota de aire, una nueva vida germina delante suyo. Solo piensa en una cosa, conseguir un dinero que no tiene como sea, y si ha de matar por ello, matar.

Matar, o morir.

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