domingo, 26 de octubre de 2008

La antesala del miedo

Llamo al ascensor. Lo he pensado más de lo que creía que era necesario, pero teniendo en cuenta que va a ser la primera vez es normal me digo a mí mismo. No estoy nervioso, estoy decidido. Cómo tarda pienso, si solo son dos pisos. De todas formas tendría que haberlos subido andando, pero no quiero dejar nada para la improvisación.

Llega, entro y aprieto el botón del segundo piso. No sé a qué atenerme: si a un frío metálico o al calor próximo al desenlace que tanto he ansiado. Casi que me decanto por el ardor de la sangre, antesala de esa mirada con que presumiblemente me mirará antes de morir.


Llego, toco el timbre. Unos segundos más tarde me dan permiso para entrar como tantos otros días. Solo que hoy nadie sabe lo que vengo a hacer. Todo el mundo actúa con una normalidad lógica pero insultante para mí: ¿cómo pueden ir y venir sin darse cuenta de lo crucial del momento?

Como un fantasma que ni arrastra los pies me veo justo en la puerta de su despacho, plantado y esperando a que se gire. Pero no lo hace y me veo obligado a llamarle por su nombre, con una voz despertándose de varias horas de premeditación.

Se gira; sus ojos son mezcla de sorpresa, ingenuidad y ignorancia que se transforman en miedo al sacar la pistola que tenía escondida en la chaqueta. Ese es el miedo que quería ver en su cara y, por un instante veo satisfechas mis expectativas. Pero instantes después me embarga un sentimiento de inutilidad; una chispa racional cruza de lado a lado de mi cerebro logrando una visión de las consecuencias de mis actos.

Esa misma chispa autómata hace que apriete el gatillo y sale una bala que llega encima de esos ojos inundados en lágrimas de miedo. Todo es sangre, todo se pinta de un rojo entusiasmado y yo me quedo quieto, gris,
muerto.

¿Qué he hecho?

No hay comentarios: