sábado, 3 de enero de 2009

Retrasarse

Había sido uno de esos días en que pasas revista a tu vida, que recuerdas cada uno de esos grandes momentos, cada logro, cada gesta. Estaba en la fiesta sorpresa de su cuadragésimo cumpleaños viendo un pase de diapositivas de todas las fotos que su familia había podido conseguir.

Ahí estaba con una bata de colegio entre varios niños, posando con todo el equipo de baloncesto, con su primer premio literario, con sus primeros amigos del bachillerato adolescente, en fiestas con sus diferentes novias, con su primer coche, con una orla tras graduarse en la facultad; y también estaban las más recientes relacionadas con su mujer, sus viajes y sus tres hijos. Se podría decir que su vida había sido tan exitosa como esperada. Una vida de folleto que te proporcionan al nacer cuando vas a una tienda donde venden vidas.

Al acabar los cinco minutos en imágenes de toda una vida a Tomás le pasan un micrófono y alguien pide que hable. Mira sin ver, está mucho más nervioso que cuando tiene que hablar en las mesas ovaladas de la empresa. Esta fiesta le ha emocionado realmente, le ha hecho darse cuenta de todo lo que tiene. Seguro que entre los presentes la gran mayoría querría cambiarse por él.

De su boca salen a penas dos letras cuando suena el timbre de la puerta. No puede ser nadie, pues todos están dentro. Él mismo abre la puerta a un mensajero que le entrega una carta del Ministerio de Sanidad. No se da cuenta que lleva aun el micro en la mano cuando empieza a leer:

"Rogamos póngase en contacto con su médico de cabecera tan pronto como sea posible pues se le ha detectado un retraso mental importante que quizás lleve consigo desde que nació, pero por razones desconocidas nadie nunca ha detectado."

Al acabar las últimas palabras Tomás se queda con los ojos perdidos en el horizonte de amigos y familiares estupefactos. Sus caras son un poema, nadie dice nada, todos se acaban de enterar que su gran amigo, su padre, su esposo, incluso su amante, es retrasado mental. Pero ¿cómo nadie se ha dado cuenta? ¿Cómo ha alcanzado una vida llena de éxitos? ¿Es que nadie lo conocía realmente?

Tomás mira buscando refugio en sus padres y su mujer, pero ha perdido ese brillo en la mirada; posee esa dejadez expresiva que denota que algo le falta, que no es una persona como las demás. Él mismo se da cuenta, e intenta esconderse tras una lámpara que espantada cae al suelo con gran estruendo. Arrastrado por el cable se lleva consigo el paragüero y el perro que también estaban alucinando acordes con el grupo.

A unos metros su jefe y mentor no sale de su asombro. No entiende cómo pudo ascender a una persona que claramente no reune las condiciones necesarias de liderazgo empresarial. Igual el día a día, el apellido, la burocracia y el boca a boca jugaron a favor de Tomás. Un sudor frío le recorre la espalda al pensar en el lunes siguiente al tener que rendir cuentas al consejo de administración. ¿Cómo pudo poner al frente a un retrasado mental?

Justo al lado se encuentra Luisa, su última amante, no deja de negar sigilosamente con la cabeza. Si lo que más le atrajo de él fue su ingenio, su perspicacia, su inteligencia! Si ni siquiera era guapo! ¿Cómo pudo acabar con un retrasado mental feúcho y además casado?

Justamente su esposa se veía inundada por el futuro inminente de tener que cuidar a sus tres hijos sola además de un retrasado mental profundo. Ahora que lo pensaba entendía todas esas situaciones donde sus discusiones acababan con un "imbécil· o "estúpido" y él ponía cara de no saber qué estaba pasando. Le irritaba sobremanera que esas broncas no tuvieran un final normal con un jarrón roto o portazo. Sus amigas le decían que Tomás era un supermarido con una paciencia extrema, que tenía mucha suerte. ¿Suerte? ¿Suerte de no haberse enterardo que estaba durmiendo con un imbécil ni siquiera cuando dejó de estar enamorada?

Tomás miró a todos. Aun seguían paralizados. En cambio él fue levantándose del suelo poco a poco, y a medida que se incorporaba a su nueva vida dejó de preocuparse de si era un buen padre, si su rendimiento en la empresa era satisfactorio, de tener que pagar todos esos impuestos y letras, dejó de preocuparse de tener que esconder sus infidelidades, de acontentar a su mujer. Sus preocupaciones se quedaron atrás, en la carta de sus manos.

Y entonces, a sus cuarenta años y por primera vez en su vida, su corazón sonrió y entendió la felicidad de la tranquilidad
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