sábado, 20 de diciembre de 2008

La ciudad de mis noches

La noche entera en forma de brisa choca contra mis mejillas. Cada giro, cada vuelta de esquina la renuevo; me recuerda todos esos años que vengo recorriendo la misma ciudad, en especial en esta época del año que circulo con la ventanilla bajada. Sé que si me paro el calor del asfalto me dormirá en un pesado letargo; las calles quietas de las noches más cortas me animan a seguir adelante, a no frenar.

No hay día que no descubra un nuevo detalle, un cambio, un nuevo enfoque. La ciudad está viva, incluso bajo esta luna de verano, incluso con cualquier forma de vida despistando su calor, su asfíxia.

Me deslizo con mi viejo coche entre las vísceras de sus barrios. Con este mismo coche que ha sido testigo mudo de mi vida. Me ha visto en peligro, me ha visto llorar; me ha alimentado e instruído, y hasta me alojó entre sus brazos cuando mi apartamento me dejó en la pena.

Corro por mi ciudad entre la noche, sin rumbo fijo. Solo sé que he de seguir adelante, circular a algún punto que nunca llega. Hacia un destino que a cada momento cambia de destino. Cada día par al anterior: hasta que el sol me avisa que es momento para posponerlo todo.

Entonces paro mi noche, lo aparco todo; esté donde esté vuelvo andando hasta mi habitación.
Y duermo.

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