martes, 10 de marzo de 2009

Retrasarse, después

Tomás despertó dos días más tarde de lo que en principio tenía previsto. La fiesta de cumpleaños dio paso a una especie de velatorio donde todos se olvidaron de su presencia para centrarse en la de su mujer. Cada uno de los presentes fue desfilando de uno en uno para darle una especie de pésame primero a ella, y luego a sus hijos.

Una vez todos se hubieron ido Tomás se fue arrastrando hasta su habitación y se metió en la cama. Estaba tranquilo, libre de cargos, pero le invadía una sensación de primerizo, de miedo ante lo desconocido. A partir de ese mismo día empezaría una vida diferente, llena de circunstancias especiales, de matices extraños, una vida donde tendría que aprender todo desde cero. Pero además con el agravante de ser una persona mentalmente deficiente como bien indicaba la carta; le costaría sobremanera prepararse para esta nueva etapa.

Con este temor se quedó dormido profundamente durante 40 horas. 41 se hacemos caso al cambio horario estacional, que agravó la sensación de desorientación mental con que se despertó. Ya no sabía si era la sobredosis de modorra, la estupidez en sí o el cambio de hora, pero un nuevo Tomás vino al mundo, a un nuevo mundo confuso.

Su habitación se había transformado en una especie de cuarto de los trastos, donde se amontonaba a partes iguales ropa y cajas. Cada caja tenía una especie de epitafio con cada una de sus anteriores etapas de vida falsificada: así podía leer (con esfuerzo sobrehumano aun el gran tamaño de las letras mayúsculas) Recuerdos de Matrimonio, Papeles del Trabajo Tomás, Ropa Elegante Tomás, Documentaciones Varias, hobbies Tomás... Asimismo la ropa apilada no le era familiar; de hecho era ropa nueva a juzgar por sus etiquetas sin quitar. Casi toda eran chandals, ropa de sport, ropa cómoda en resumidas cuentas. Seguramente alguien le había querido quitar preocupaciones de encima con la elección diaria de camisa, corbata y traje que tanto le disgustaba antes. No se habían preocupado por ponerla en su sitio, aunque bien mirado no quedaban los muebles que antes dormían en la misma habitación.

Tomás se enfundó de poliéster deportivo para salir de su nuevo universo y entrar en su antigua casa, recibido por el salón de estar acomodando a su mujer.
-Qué? Ya se ha levantado el señor?
-Sí... en qué día estamos?
-Para qué lo necesitas saber? ni tan solo imaginas qué hora es, verdad?
-Pues no... qué hora...?
-La hora en que te vuelves a tu habitación y no me molestas más, entendido?

Tomás no se atreve a pasar el umbral de la puerta y retrocede, medio confuso medio atemorizado. No es que Rosa le hubiera tratado mal; de hecho desde hacía muchos años se dirigía a Tomás con una mordacidad hiriente, pero ahora se sentía empequeñecer al no poseer ninguna habilidad mental para contraatacar.

Tomás vuelve a su cama, se sienta, se estira hacia atrás con las piernas colgando y comienza a pensar en qué va a ser de él a partir de ahora. Como quiera que sus capacidades mentales han disminuido se queda traspuesto en esta postura durante horas sin llegar a ninguna conclusión. Entonces Rosa entra en la habitación, y desde el umbral como si éste fuera la frontera entre sus mundos le espeta:
-Una cosa es que seas imbécil, otra que me descubriera hace años; pero lo que realmente me jode es que todo el mundo se enterara. Qué voy a hacer ahora, estúpido!
-No lo sé, no sé nada.
-Claro, eres un retrasado mental, qué vas a saber!
-Solo sé que llevo toda la vida contigo, y que soy retrasado. No sé si ambas cosas guardan relación...
-Imbécil, estúpido!

Tomás se queda nuevamente solo entre sus paredes de los trastos. Quizás no sea tan retrasado como dicen, o a lo mejor ha empezado a ver la forma de salir de su imbecilidad: huir de su vida, escaparse de sus particularidades. Es entonces cuando reune todas sus energías para levantarse de la cama, avanzar hasta abrir la puerta y gritar con todas sus fuerzas:
-Me marcho!

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